Sólo déjame enseñarte de qué está hecho mi dolor, amor. Teje conmigo pesadillas oscuras: bajarán por mis sienes y se colarán hasta mis párpados, te besaré con la amargura de una noche de desasosiego.
Permíteme desnudarte de la cabeza a los pies. Quitarte esa piel que no te hace falta, dársela a los perros para que terminen con lo único que separa mi alma de tu alma. Eres la imagen purificada de mis deseos más oscuros, filtrada de todos los vicios de los convencionalismos sociales.
Te toco y exploto. No hace falta que recojas los despojos ni las sobras, ya vendrán los cerdos a hacer lo que les toca.
Te siento muy cerquita de mi torso desnudo, de mi impetuosa necesidad de controlarte. No quiero que tomes, tú primero, el papel de verdugo. Te acecho, me acerco, cedo y es todo.
Me siento y te espero. Bajo la luz de la luna llena y la promesa de que quizá no te quedes nunca, el dolor de esa ausencia anunciada me lastima el cuerpo entero.
Yo sí te creo. A ti y a las cosas del universo, y al tiempo; un poco menos al amor, pero le creo.