De repente, el mundo se presenta perturbadoramente
pequeño.
En un taxi, sobre Circuito de Playas, tengo una sonrisa mientras trato de explicar a que me
refiero cuando digo taco de sal, taco de carne, taco de huevo en salsa verde.
Nos recogió en el mercado de artesanías para un
recorrido de 15 minutos que se transformó en un viaje de varias horas. Ahora atravesamos el distrito de Chorrillos y mientras cargamos gas (por que en Perú la gasolina es muy
costosa), bajo a un baño público de estación de servicio peruana.
Vienen los recuerdos de
la 76 de San Francisco y el muchacho que inmediatamente me responde en español
cuando nota mi acento al dirigirme a él Excuse me? Pero acá la llave no está
atada a una cuchara enorme de acero inoxidable, es más, no hay llave, ni luz, ni pasador en la puerta, ni agua, ni grifos. Al regresar los encuentro a todos abajo del taxi porque así lo indican las medidas de seguridad.
Ahora todo tiene lógica y lejos, muy lejos del olor a mercaptano, está la noche calurosa de la parada en Veracruz y la máquina que en lugar de Street Fighters proyecta videos musicales.
Me imagino una excursión que organizó la tía proactiva de una vecina que hace años jugaba conmigo en el jardín de la colonia y todos bajamos a tomar refrescos y descansar un poco las piernas para proseguir el viaje "que todavía nos faltan muchas horas", pero no, es un trayecto regular del ADO que sufre las modificaciones que corresponden a un operador subcontratado. Oscuro, en medio de quien sabe donde pero tenemos tu GPS, estamos salvados.
Volvemos al camino, a las calles de Chorrillos y el taxista me dice que le gustaba escuchar Vanilla Ice y que la chibolada de ahora oye puras tonterías.
Me sorprende la amabilidad de la gente, su sonrisa, su bienvenida cuando les respondo: sí, soy mexicana. De pronto, me siento en casa.