lunes, 27 de julio de 2015

Me enamoré de ti en una cama.

Así, de la nada, te descubrí en tu muñeca rodeada por una esclava de plata. La que se perdió en la alberca, no sé si fue mi culpa pero te gustaba tanto...


...pero era un obsequio de la abuela.


Tal vez por eso se incorporaba tan bien a tu piel, a tu ello, porque en esa imagen imborrable entendí que no podría pasar otro día sin hablarte, sin mirarte, sin tocarte y quizá, muy precipitadamente, sin amarte.

Tal vez por eso me habló de ti y me dio el impulso de acariciar tu palma, de querer guardarte los secretos y cuidarte el sueño.

Siempre son tus manos, tus dedos largos, me atrapaste sin tocarme, con tus manos.

me tocaste la ilusión y el deseo, el romance, la alegría.

Me tomaste de la mano en una calle oscura y se hizo el día, la noche y las estrellas.

Y pasé, invisible, entre los travestidos de la vidriera.
Y me temblaron las rodillas.

Y el abrazo y la despedida y el temor de que no se repitiera, pero muy escondido, debajo de la certeza de que lo nuestro no podía ser de otra manera.