¿A dónde vas ahora, río de los ojos tristes?
Habrá que dejarte fluir, dejar pasar. Aprender las lecciones. Reencontrar.
La oscuridad -salada- se cuela por todas las fisuras; de sobra sabes que no soy buena para andar a ciegas.
Una mano, en tu mano, diez patitas, pequeñas, frágiles. Seguro en el océano no hay basura espacial ni moluscos radioactivos. Pero no sé.
Fosforescencia de espuma, marea alta. Los recuerdos vienen a quedarse en la orilla como conchas tornasoladas, como caracoles que, en su centro, guardan tus palabras más secretas, más hermosas.
Quisiera que fueras libre de tu cauce y encontraras el delta donde te convertirás en mar. Uno que en su fondo guarde el secreto del leviatán y el canto de las ballenas.
Ojalá que tu movimiento perpetuo erosione completamente las rocas y el coral, para cubrir el mundo de arena blanca. Para poner un poco en un reloj de cristal y poder contarte por siempre en los días y las horas que se van.