martes, 1 de octubre de 2013

    Los baños de los hoteles me hablan irremediablemente de tu impecable desnudez. De las habitaciones a media luz, de las tardes nubladas proyectadas en las cortinas color durazno.













De las toallas convenientemente largas con olor a agua tratada y detergente barato.



    A más de 4,800 kms, me encuentro en el universo común del vapor suspendido. Vienen a mi mente imágenes de vistas de 360° a nubes gigantes compuestas de cristales de hielo.

    Pero eso es ahora que ya no estoy en medio de la nada, en un desierto de azulejos rojo quemado. Lleno la tina un tercio y meto los pies en un intento de ver espejismos en el agua.


    Quiero explotar el recuerdo de tu cuerpo, así, tal cual, frente al espejo. De tu miembro que sacudes vigorosamente. De la curvatura perfecta de tu espalda que se explica por una razón muy evidente.


    Entiendo perfectamente que hay cosas que no pueden ser exclusivas, y disfruto minuto a minuto todos mis momentos de espectadora manifiesta.




    Aunque no tengo la certeza de que te pareciera válido mi único afán de observarte, ahora ya no importa, pero no hace falta hablar de obviedades.

    Cada vez que te miraba así, me invadía la certeza de saber que esa vez, se acercaba, de una en una, a aquella que sería la última. 




    Todo lo que veo en tus ojos son presagios de finitud e inmediatez. 
Quizá lo necesite, pero no quiero y no espero algo diferente.